Te invitamos a explorar la rica geografía mexicana con estas bebidas que son parte del mosaico del agave. Si quieres algo más que tequila y mezcal, estas opciones van a encantarte.
Raicilla: entre la costa y la sierra
La raicilla, con denominación de origen desde 2019, es una bebida profundamente jalisciense. En su elaboración participan hasta cinco variedades de agave, como la maximiliana y la angustifolia. Su proceso implica hornear las piñas en hornos de pozo o superficiales, dependiendo de si provienen de la costa o la sierra. Estas diferencias geográficas definen su perfil: mientras la raicilla de costa presenta tonos ahumados intensos, la de sierra es más suave y floral.
Su producción sigue siendo pequeña, con lotes anuales que rara vez superan los 12,000 litros, lo que la convierte en una rareza incluso dentro de México. Sin embargo, su versatilidad como ingrediente en cocteles la ha impulsado al mercado internacional, especialmente en Estados Unidos y Europa, donde ha adquirido relativamente buena fama.
Tuxca: tradición volcánica
En los límites de Jalisco y Colima, la tuxca emerge como un destilado de identidad marcada. Producida en tabernas (que es como allá se conocen los palenques) familiares, utiliza más de diez especies de agave, como el listero y el cenizo. El proceso de destilación es versátil, ya que se adapta a las características del terruño. Su destilación en alambiques de madera de parota da como resultado un destilado robusto, con notas ahumadas y dulces.
La tuxca se elabora en pequeñas cantidades, y es un modesto motor económico de comunidades como Zapotitlán de Vadillo. Este destilado volcánico carece de denominación de origen, pero pareciera no ser de gran relevancia, ya que su esencia artesanal habla por sí sola.
Sotol: el espíritu del norte
Aunque el sotol no proviene del agave, lo incluimos en esta lista por su conexión con el paisaje mexicano. Este indispensable destilado se obtiene de la planta Dasylirion, que crece en los desiertos de Chihuahua, Coahuila y Durango. Su sabor, ahumado y terroso, refleja las condiciones extremas de la región.
Cada uno de estos destilados cuenta con procesos únicos y un profundo arraigo cultural, y nos recuerdan que la riqueza de México no solo está en sus tierras, sino también en las manos que transforman los recursos en bebidas que honran tradición e innovación en partes iguales.