Antes de que el whisky japonés fuera un sinónimo de elegancia y sofisticación a nivel global, alguien dio el primer paso. Y ese paso lo dio Akashi.
Portando con orgullo la primera licencia oficial de whisky otorgada en Japón, la destilería Akashi nació en una pequeña ciudad costera de aquella nación. Esta destilería es, hoy en día, la guardiana de un legado que combina la artesanía tradicional con la sensibilidad japonesa por el detalle. Lejos del bullicio turístico de otras etiquetas más nuevas, Akashi embotella siglos de historia líquida.
El whisky japonés se ha ganado su lugar entre las grandes tradiciones del mundo, no por imitar a Escocia o Irlanda, sino por llevar la práctica a un nuevo terreno: el suyo propio. En Japón, el arte del “monozukuri” —hacer las cosas con devoción, precisión y respeto— se aplica también al whisky. Akashi es una clara manifestación de esa devoción: la pureza de su agua, la precisión del blending y la paciencia en la maduración conforman un sello único en el mundo del whisky.