Desde épocas prehispánicas se registran los orígenes del Pan de Muerto, un alimento tan apegado a las tradiciones de nuestra tierra que vale la pena conocer a fondo su fascinante historia.
Todo surge desde las ofrendas que dieron lugar a lo que hoy son nuestras ofrendas modernas de Día de Muertos, comenzando con la de la diosa Cihuapipiltin, cuya ofrenda consistía en piezas similares a un pan, hechas con amaranto y una mezcla de pan de maíz tostado. A partir de ahí, se han creado diferentes versiones de este pan con fines ceremoniales y culturales, destacando el huitlatamalli, algo parecido a un tamal, combinado con la creación de un ‘pan de mariposa’, conocido como papalotlaxcalli.
Una de nuestras partes favoritas de la tradición original incluía que los panes y tortillas utilizados en las fiestas se compartían al terminar las ceremonias de ofrenda, añadiendo un sentido ceremonial trascendente.
En la actualidad, se producen variedades en los 32 estados del país, con una gran diversidad de técnicas panaderas que combinan la tradición y la modernidad, haciendo del Pan de Muerto un protagonista de la temporada. Flores de azahar, ralladura de naranja, azúcar, mantequilla, huevo, pulque, y más ingredientes componen la riqueza de este pan tradicional, uno de los alimentos más reconocibles y queridos de nuestro país.