Cuenta la leyenda que las primeras “ronerías” se instalaron en la isla caribeña de Barbados, a comienzos del siglo XVII. Aunque la fecha exacta sigue siendo un misterio, se sabe que el monje dominico Jean-Baptiste Labat ideó y documentó un método de destilación semejante a la alquimia. Con sus rudimentarios alambiques logró extraer la quintaesencia del jugo de caña de azúcar (traída por Colón a Latinoamérica en su segundo viaje) y produjo uno de los muchos licores conocidos como “agua de vida”, que debían su nombre al uso médico que tuvieron desde antes de la Colonia. De hecho, gracias a sus bondades, los marinos y remeros aliviaban dolencias como el escorbuto o la fatiga extrema y podían continuar con sus largas jornadas de trabajo a bordo. Por eso, no extraña que el ron esté asociado a la imagen del bucanero y el pirata. Ni tampoco que haya destronado al brandy como moneda de cambio en el comercio en los puertos de África, Europa y América.
La palabra ron tiene tres posibles raíces que se cruzan como arborescencias y enriquecen su leyenda: se dice que proviene de rumbullion —“caldo de caña”—, y evoca una expresión del argot inglés usada para designar un alboroto o un tumulto: rumbustion. Incluso hay una versión según la cual puede venir de la última sílaba de saccharum, que quiere decir “azúcar” en latín.
UNA BEBIDA DE CORAZÓN CARIBEÑO
Aunque el ron se destila en incontables lugares a lo largo y ancho del planeta, sus principales productores se encuentran en el Caribe: las Antillas Menores y Cuba, además de México. Las condiciones de humedad y la cantidad de minerales que nutren los suelos ultramarinos de estas islas y áreas continentales facilitan el crecimiento de la caña. Además, la madera del roble americano, oriunda de este territorio, es la indicada para construir los barriles de las criaderas y soleras, un práctico sistema para envejecer el ron.
El proceso de producción del ron está rodeado de fórmulas secretas y muchos pequeños detalles que le dan a cada uno su personalidad. Sin embargo, todos tienen en común la fermentación, la destilación y el añejamiento de melazas, jarabes o el zumo de caña de azúcar. El paso del tiempo y los avatares de la historia hicieron que el líquido encontrara distintas formas de reposar en las barricas y amoldarse a la mezcla con agua. Al igual que el whisky de malta, este procedimiento lo imbuye de un aroma y un cuerpo muy especiales, y abre paso a sus múltiples variedades.
Muchas veces el ron suele clasificarse por su edad (joven, añejo) o su tono (blanco, negro), pero quizás la clasificación más precisa responde a su origen. Los rones caramelizados y aromáticos de procedencia británica suelen ser dulzones y especiados. Los de sello francés, generalmente de Martinica o Guadalupe, son más secos y potentes. Los latinoamericanos, con una base de melaza de caña, ofrecen una gama más amplia, que va de lo ligero a lo sofisticado, y cuentan con un añadido posterior de azúcar. En este grupo de rones destaca la historia del grupo Bacardí, una digna cofradía que saltó de Cuba a Estados Unidos, y después a México. Esta inconfundible casa produce un ron de sello distintivo —su nombre prácticamente es sinónimo de ron— desde 1862.