En los últimos años, el spritz se ha establecido como la bebida de moda en bares cosmopolitas de todo el mundo, y la Ciudad de México no se ha resistido a su encanto. ¿Qué hay detrás de esta burbujeante tendencia? Para entenderlo, hay que retroceder el reloj un par de siglos.
Venecia, una ciudad suspendida en el tiempo y anclada en la tradición, sirve como el telón de fondo perfecto para la creación del spritz. Sus calles estrechas y empedradas se entrelazan como laberintos, guiando a los viajeros entre edificios centenarios que parecen susurrar historias de tiempos pasados. A medida que el sol se cuela entre las fachadas desgastadas, la ciudad se sumerge en una paleta de reflejos dorados y tonalidades cálidas, creando una escena que parece salida de un cuadro renacentista. Fue aquí, hace más de 200 años, que nació el spritz.
En aquella época, durante el periodo de dominación de los Habsburgo en la región del Véneto, los soldados, comerciantes, diplomáticos y ciudadanos alemanes comenzaron a familiarizarse con los espléndidos vinos italianos que han seducido a todo el mundo. Las nuevas bebidas, sin embargo, resultaban demasiado fuertes para las gargantas germanas, por lo que los recién llegados comenzaron a pedir que se rociaran unas gotas de agua a sus tragos para aligerarlos. Esta acción, nombrada spritzen en alemán, es el origen del primer spritz, elaborado simplemente con vino blanco espumoso o vino tinto rebajados con agua, un proceso no muy distinto del que derivó en el nacimiento del café americano.
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