Entre las décadas de 1920 y 1930, el spritz experimentó una metamorfosis significativa en las ciudades de Venecia y Padua. En este periodo, se fusionó con los bíters locales, generalmente consumidos con soda y hielo. Fue por esta época que el vino se sustituyó por prosecco, y en 1950 entró en escena el último ingrediente que definió al spritz contemporáneo: el Aperol.
Originario de Padua, Aperol es un bíter elaborado con genciana, ruibarbo y quina. Es similar al Campari, que también se utiliza para preparar spritz, pero su color naranja vibrante resulta muy peculiar y llamativo, y terminó de darle su personalidad veraniega a esta preparación. Desde entonces, su popularidad ha crecido hasta adquirir fama internacional. Su frescura efervescente, su sabor cítrico y su centelleante color lo han convertido en un favorito de influencers, bares y fotógrafos, todos en búsqueda de un trago creativo y divertido que transmita esa sensación de frescor y ligereza.
El spritz, que emergió como una solución ingeniosa en un contexto histórico particular, ha evolucionado hasta convertirse en un símbolo moderno de elegancia y sabor. Desde sus raíces bajo la dominación Habsburgo hasta la fusión con los amargos locales y la incorporación del prosecco, el spritz ha demostrado ser una bebida adaptable que ha resistido la prueba del tiempo.
En decenas de bares y restaurantes de la Ciudad de México es posible encontrar una variedad de spritz con la multitonalidad de un arcoíris. Púrpura, rojo, rosa, traslúcido, amarillo… Trago con vocación prismática, durante su larga historia ha transmutado en múltiples formas, pero el disfrute de esta mezcla cítrica y refrescante sigue siendo la misma que hace más de dos siglos, en aquella región de Italia donde los atardeceres tienen la misma tonalidad de un burbujeante Aperol Spritz.
