Cada día es más común verlo brillar con su inconfundible color naranja a la hora del brunch, o sobre la mesa, en medio de una conversación antes de la comida o después de la cena. Gracias a su color, su frescura y su sabor estimulante, Aperol Spritz se ha convertido en el trago ideal para reunirse con los amigos, relajarse y compartir. En buena medida, esto se debe a su origen, del otro lado del mar. Más específicamente a Italia.
En el siglo xix, muchos años antes de que el Aperol Spritz se convirtiera en el vistoso aperitivo que es hoy, Austria dominaba la región italiana de Véneto-Lombardía. Los soldados del ejército de los Habsburgo, para suavizar el sabor y los efectos del vino local, le añadían agua carbonatada o gasificada (spritzen, en alemán). A fines de ese siglo, algunos habitantes de Venecia comenzaron a añadirle algunos bitters, es decir, licores botánicos —cuyas recetas datan de la época medieval— que se usaban para estimular y preparar el apetito antes de una comida abundante. La bebida comenzó a popularizarse como el “spritz veneciano”.
Fue a principios del siglo xx cuando los hermanos Luigi y Silvia Barbieri compartieron con el mundo su máxima creación, el Aperol, estrella indiscutible del spritz veneciano. Presentado en 1919 durante la Feria Internacional de Padua, fue un rotundo éxito gracias a su increíble tono anaranjado brillante y a ese sabor agridulce, producto de su receta secreta que combina naranja, hierbas y raíces.
Con más de cien años de historia, el invento de los Barbieri sigue siendo la base ideal para el ahora mundialmente reconocido Aperol Spritz, cuya mezcla de frescura, junto con las burbujas y los cítricos, resulta ideal para relajarse, preparar el ánimo y expandir la felicidad de encontrarse con los amigos.
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