El Gin Tonic es un coctel que resulta esencial en la actualidad, pero está repleto de historia, tradiciones y hasta ciertas ‘creencias mágicas’. Desde hace ya varios siglos, la ginebra y el agua tónica han ido de la mano.
El agua quina fue producto de la idea de combatir los males, pues de la India obtenían polvo de quinina, considerado un remedio efectivo contra la malaria. Este ingrediente es totalmente amargo, así que para poderlo tomar se comenzó a mezclar con azúcar y agua. Este fue el origen del agua tónica.
Sin embargo, el agua tónica no estaba bien balanceada en sus orígenes, así que se comenzó a experimentar con alcohol como parte del remedio. ¿La respuesta? Un remedio holandés conocido como “Jenever”, que se traduce del holandés como enebro. Los británicos adoptaron esta bebida y creían que le aportaba mucha valentía a quien la consumía, al grado de llamarle “el valor holandés”.
El grado alcohólico de la ginebra hacía que fuera considerada como una bebida más segura que el agua potable, ya que en esos tiempos había mucho riesgo de contaminación. Así fue como Inglaterra apostó por la producción de ginebra, que según el censo de 1721 se calculaban más de 9 millones de litros de ginebra inglesa producida al año.
Uno de los nombres clave en esta historia es Johann Jacob Schweppe (fundador de la empresa Schweppe’s), quien logró la fórmula para carbonatar el agua, y su llegada en 1792 a Londres marcó el inicio de lo que conoceríamos como el Gin Tonic. Fue su compañía la que en 1870 llegó al agua tónica como hoy la conocemos.
Al intentar balancear el sabor y el nivel de la quinina, comenzó a mezclarse con limón, y agua carbonatada quinada. El resultado fue tan exitoso, que comenzó a servirse por puro gusto. Así, casi por accidente, la experimentación y la abundancia de ginebra nace el matrimonio entre la ginebra y el agua tónica.